Desde marzo del 2020 muchos nos sentimos estancados. Al parecer el tiempo ha avanzado lento y en muchas ocasiones se hace difícil diferenciar el paso de los días e incluso meses. La pandemia y sus coletazos han repercutido significativamente en muchas de nuestros contextos vitales, en donde el encierro ha sido un factor detonante de esa sensación de escaso avance, de pocas novedades, de repetición continua de rutinas. Lo anterior genera un impacto en nuestra salud mental, ya que hemos debido suspender todo lo que antes experimentábamos como normal: reuniones con amigos, juntas en casa de padres y familiares, salidas a nuestros lugares favoritos para comer, bailar o simplemente distraernos.

Otro factor a considerar es que el espacio de habitación de las familias e individuos en las ciudades cada vez es más pequeño. En la búsqueda de maximizar el retorno en ganancias por parte de las empresas inmobiliarias estas construyen departamentos y casas con espacios cada vez más reducidos en tamaño, debiendo familias enteras y parejas vivir en lugares estrechos, desde 35 metros cuadrados.

Todos los factores indicados previamente generan un efecto en nuestro continuo vital, especialmente en nuestra salud mental, profundizando factores de riesgos o síntomas que existían previos a la pandemia. En este sentido, similar a lo que sucede en esos espacios artificialmente creados que son los reality shows, el encierro obligatorio de la pandemia ha funcionado como una caja de resonancia, que aumenta síntomas y favorece un incremento en los problemas asociados a las relaciones interpersonales en familias y parejas.

De esta forma, en muchos casos el estar obligados a permanecer mayor cantidad de tiempo en espacios reducidos ha sido el detonante del conflicto que permanecía relegado o escondido en la familia o pareja. Antes el trabajo o las actividades fuera del hogar daban la posibilidad de hacerle el quite a enfrentar temas dolorosos o que generaban discordia. Sin embargo, la convivencia obligada y el aumento del tiempo compartido favorecen lo contrario.

De esta manera, han aflorado conflictos que bajo la alfombra entre hermanos, padres e hijos y parejas. En este último caso, hemos podido conocer de numerosos casos de personas que mantenían una relación estable y que de pronto durante la pandemia se separaron. Un dato de la causa: un 32% asegura que su relación de pareja ha empeorado (La Tercera, 8 de mayo del 2021). También influye en que al estar más tiempo en casa aumenten los roces entre las parejas o familias debido a que esto exige redefinir roles que antes se daban como naturales, pero que al estar juntos más tiempos requieren ser restablecidos, desde hacer el aseo, sacar la basura, mudar a la guagua hasta quien paga las deudas o como se suplen temas financieros frente oscilaciones laborales. Lamentablemente, en funcionamientos más rígidos el ajuste se complejiza y las negociaciones fracasan, por lo que el quiebre aumenta sus posibilidades de ocurrir.

Frente a lo anterior, la terapia de pareja funciona como un espacio en donde se pueda hablar de lo que está sucediendo, como un espacio de tregua en donde cesen los ataques y cada miembro de dicha relación tenga la posibilidad de exhibir sus vulnerabilidades, aprehensiones, favoreciendo la oportunidad de redefinir las expectativas mutuas. Es un lugar en donde se pueden modificar aspectos que perjudican la relación, pero también puede servir como un espacio en donde pueda hacerse un proceso con menos impacto traumático, en el caso de que las diferencias sean insalvables y se decida terminar el vínculo.

Oscar Lepeley
Psicólogo de Parejas

Centro de Terapia del Comportamiento